Un coloso poco menos que inexpugnable a las llamas era en 1981 la Torre Santa María, el edificio más alto y seguro del país, con 110 metros de altura, 30 pisos y cuatro subterráneos. Pero a las 10.15 de la mañana, del sábado 21 de marzo de ese año, una simple chispa en el lado sur del piso 12 provocó un violento incendio que costó la vida a 11 personas. Bastó que esa chispa entrara en contacto con una planta libre impregnada de gas de neoprén, que en ese momento se empleaba en pegar alfombras, para que una hoguera empezara a devorar todo a su paso.
Los sobrevivientes narraron que en dos minutos las llamas habían alcanzado todo el piso, como si una bola de fuego envolviera el recinto. “Arrancamos una puerta y la tiramos por una de las ventanas rompiendo los cristales. Gateamos para evitar el humo espeso que llegaba hasta un metro del suelo”, señaló en 1981 el trabajador José Flores, uno de los sobrevivientes. “Por el hueco del vidrio roto comenzamos a salir de a uno, colgándonos de las molduras. Preferíamos arriesgarnos a morir cayendo desde esa altura, antes que calcinados (por los 700 grados que alcanza un espacio cuando se desata un incendio). Así, colgando, rompimos el vidrio del piso inferior y nos descolgamos. Después bajamos por las escaleras”, agregó Flores.
A tres décadas del incendio, Flores (hoy de 48 años) todavía trabaja haciendo arreglos y remodelaciones, pero no quiere hablar. “Ya di vuelta la página”, dice lacónico.
El primero en llegar al lugar fue el camarógrafo Hernán Cortés, hoy de 65 años. Estaba en el hotel Sheraton, cubriendo un evento del Comité Olímpico de Chile luego de ver unas llamas en la torre cruzó inmediatamente con sus equipos. “Empecé a grabar altiro y estuve ahí todo el tiempo hasta que cayó el primer cuerpo… ahí no pude seguir más. Cayó a un metro de la camilla que sostenía bomberos. Lo grabé cuando venía en el aire… fue espantoso”. Al poco rato, Cortés cuenta que llegaron los tres canales de la época, que estuvieron transmitiendo el incidente en vivo. “En esa época, las cámaras no tenían zoom e hice lo que pude”, cuenta este camarógrafo que luego trabajó para distintos periódicos.
El camarógrafo Juan Carlos Segovia, quien esa mañana estaba de turno en TVN, se acercó al patio del canal para observar incrédulo el gigantesco muñón tiznado en que se estaba convirtiendo el edificio gracias a las llamaradas.
“Cuando llegamos veíamos cómo la pileta de la torre se llenaba de vidrios, pedazos de ventanales de hasta 50 centímetros que caían como guillotinas. Se creó una sicosis colectiva e incluso, alguien se tiró desesperado desde el piso 3. Quedó con el cuerpo enterrado de vidrios. Entre las bocanadas de llamas y el humo, vimos que otra persona se tiraba al vacío. Cuando Bomberos lo tomó del suelo su cuerpo era como un muñeco de goma con todas las articulaciones desintegradas”, cuenta Segovia.
Enrique Pérez tenía entonces 34 años y era voluntario de la primera compañía de bomberos, una de las primeras en llegar al lugar del siniestro. Cuenta que la demora en apaciguar las llamas no fue la falta de escaleras telescópicas (38 metros), sino que el problema fueron los espejos de agua ubicados contiguamente al primer piso de la torre. “Estos no les permitían a los carros dar el ángulo para alcanzar el doceavo piso. Solamente llegábamos hasta el nueve”, dice Pérez, que entonces llegó en jeans y chaqueta de cuero a cumplir sus labores. Bomberos no contaba entonces con los actuales trajes especiales de 200 mil pesos.
La Torre Santa María era el primer rascacielos del país. Desde que el edificio se inauguró, en 1980, se entregaron nociones de seguridad a los ocupantes de la torre. “Pero esa instrucción sólo se le dio al personal de las oficinas que concurre de lunes a viernes, pero no a las decenas de trabajadores que ese sábado se encontraban haciendo arreglos de alfombras”, explica Félix Sarno, secretario general del Cuerpo de Bomberos de Santiago.
La mayoría de las víctimas fatales -casi todas provenientes de la población Calvo Mackenna, de Renca- no tenía idea de cómo utilizar las modernas vías de escape del edificio. De hecho, cuenta Sarno, las escaleras presurizadas (que deben estar siempre cerradas) ese día estaban abiertas de par en par.
Quemados en el nivel 12, fallecieron dos trabajadores de las obras de instalación de alfombras. Otras tres personas trataron de huir en un ascensor que quedó trabado en el piso 12, pero murieron atrapadas en él. “Ese ascensor lo bloquearon los trabajadores en el piso 12 y no lo pudieron activar después del incendio”, recuerda Sarno.
Cuatro personas lograron tomar un ascensor e intentaron subir a los pisos superiores, pero fallecieron encerradas en esa trampa mortal que se detuvo en el piso 28. Entre ellas, el voluntario de la 13ª Compañía de Bomberos y de entonces 23 años, Eduardo Rivas, estudiante de la carrera de contador auditor en la U. de Chile, que había llegado a prestar ayuda. “No falleció por las llamas; murió por el calor”, afirma Enrique Pérez.
El siniestro cobraría otras dos víctimas. Sergio Rivera Núñez (32), vigilante de la torre, y el contador Mario Hernán Arriagada Acuña (39) – el mismo que el camarógrafo que trabajaba en el hotel Sheraton alcanzó a grabar – murieron saltando al vacío.
Ese día, lo sucedido en la Torre Santa María convocó a más de 200 voluntarios de bomberos, quienes cerca de las 13.30 horas lograron controlar el fuego.
El primer rascacielos santiaguino fue un proyecto que cambió el skyline de la capital y representó la cara nueva y vanguardista de la arquitectura nacional. “Consideró en su diseño la normativa estadounidense para el combate de incendios y emergencias, al no existir en el país normativa al respecto”, señala el arquitecto Yves Besançon, socio de la oficina que construyó el edificio (el estudio de Sergio Alemparte, Ernesto Barreda y Manuel Wedeles), junto a Carlos Alberto Cruz, Jorge Claude y José Manuel Figueroa.
El proyecto, que se ideó bajo el concepto de plantas libres, además, consideraba aire acondicionado y ascensores de alta velocidad. “En esa época no había exigencia respecto de la cantidad de escaleras ni de presurización de las mismas ni de red seca y húmeda o materiales con resistencia al fuego.. Pero el edificio contaba con la mayoría de esos detalles”, agrega Besançon.
Luego de este episodio catastrófico la normativa mejoró. Entre otras, “se exigió a todos los edificios que sobrepasaran los siete pisos, tener red seca, una llave de incendio por cada unidad de vivienda o, en su reemplazo, una red húmeda”, comenta Manuel Brunet, coordinador técnico de la gerencia de estudios de la Cámara Chilena de la Construcción.
La Torre Santa María iba a tener una “gemela”, tal como el World Trade Center de Nueva York, pero ese proyecto nunca se concretó. Según Besançon, el incendio no influyó en la postergación del segundo rascacielos. La “culpa” la tuvo la recesión de 1981 que paralizó la inversión inmobiliaria por algunos años, según aclara el arquitecto.
En este siniestro se destacó el equipo de Rescate de la Sexta compañía, de reciente formación y que trabajó en el rescate de personas desde la azotéa del edificio realizando descensos desde un helicóptero de carabineros.
Noticia La Tercera