Miguel era aún un niño cuando llegó a trabajar como mensajero a la Novena compañía hace muchos, pero muchos años. Una mañana, y cuando veía que el cuartelero no se presentaba a sus labores, fue a ver que le ocurría y con impacto pudo constatar que su jefe directo se había ido en un profundo sueño. Cuando el Capitán de la “nona” confirmaba in situ el fallecimiento del cuartelero, se dirigió al joven Miguel diciendo: “Chiquillo, tendrás que aprender a conducir pues desde hoy, serás el nuevo cuartelero del transporte”. Es de esta dramática forma como, aún carente de años y experiencia, pero no de entusiasmo, que don Miguel Pastrián Hernández inicia su larga y sólida trayectoria como cuartelero en el Cuerpo de Bomberos de Santiago, institución a la cual siempre prestigió y sirvió con absoluta entrega durante sus casi cuarenta años de servicio, excediendo en innumerables oportunidades, sus deberes como conductor del carro; apuntalando escalas en los incendios, colaborando en el servicio y otorgando el siempre sano y oportuno consejo al voluntario inexperto.
Luego de algunos años en la “Yungay”, Pastrián sirvió en la Heroica, compañía de la cual guarda muchos recuerdos y un especial cariño con el mártir Patricio Cantó, de quién siempre destacó su caballerosidad e inquebrantable amabilidad para con él. Una anécdota, imposible de no mencionar, fue cuando veloces se dirigían en la “Meche” a un incendio y notó que la pesada bomba no respondía a los frenos. Aterrado por las consecuencias que traería si en su camino se cruzaba algún vehículo o peatón, supo conservar la calma y, sutilmente, comenzó a chocar la bomba contra la cuneta mientras hacía un juego con los cambios. Gracias a don Miguel, no hubo que lamentar una tragedia.
En una oportunidad lo escuché hablar un poco de alemán, situación que captó de inmediato mi atención por la excelente pronunciación y acento germano que utilizaba. Don Miguel había prestado sus servicios además en la Decimoquinta, en dónde aparentemente había tomado algunas clases del complicado idioma. Sabía mucho además de los tres veteranos de guerra que lucharon por Alemania durante la segunda guerra, y que luego de la fundación de la Decimoquinta, formaron en sus filas, entre los que se encontraba el condecorado Martin Shofer.
Por algunas razones, don Miguel decide alejarse de las labores como cuartelero y emprender una empresa independiente cual es la conducción de su taxi. De no ser por este paréntesis en su vida laboral-bomberil, don Miguel habría logrado más de cincuenta años de servicio en la Institución. Pasado algunos años en el estresante trabajo como taxista, casualmente recoge como pasajero a un voluntario de la Duodécima de nombre Mario Ilabacca. En el trayecto de la “carrera”, el gran Comandante logra convencer a don Miguel de retornar a la Institución pero esta vez, en la conducción del azul carro portaescalas de la “Excélsior”, compañía en la que permanecerá por varios años y en la que no estará exento de anécdotas.
Hacia finales de la década de los ochenta, don Miguel presta sus servicios en la “Salvadores y Guardia de Propiedad”, compañía en la que dicta una norma en cuanto a la formalidad y sobre todo profesionalismo que debe existir en el desempeño como cuartelero. Del mismo modo, hace una verdadera escuela en cuanto al correcto trato, fraterno pero no de amigos; cordial pero jamás distendido, que debe existir entre el personal bomberil y el rentado. Don Miguel dejó de prestar sus servicios a la Institución en 2001, retirándose a un merecido descanso. Al igual que lo acontecido con los cuarteleros Exequiel López Latorre, Augusto Lara, José ILabacca y el recordado Guillermo “Papaya” Contreras (algunos de los nombrados ingresaron a la Sexta como auxiliar y voluntarios una vez terminado su contrato), la Sexta tuvo la fortuna de contar con el servicio de don Miguel en la conducción de sus tres máquinas, llevando a cabo una impecable labor en el servicio desempeñado que hoy me permito recordar y destacar en estas breves líneas.
A.P.S.