Terminada la Sesión en nuestro Cuartel, muy tarde, decidí llevar de regreso a casa al insigne y ya peñero voluntario de la Sexta, don Luis Mario Candia. Al poco de conducir mi vehículo, muchos recuerdos e interminables anécdotas se me vienen a la mente. Tantas historias que tiene don Mario como también vivencias bomberiles que lo marcaron para siempre. Hacía mucho no hablaba con él y me sentía verdaderamente muy afortunado por disfrutar de su siempre grata y alegre compañía.
Don Mario, ha ocupado muchos cargos en la Compañía siendo, a mi muy modesto entender, uno de los más representativos de su personalidad, el cargo de Capitán de la Sexta; mismo que desempeñaba al momento de la tragedia de calle Amunátegui en 1962, y en donde fue dado por muerto junto a los mártires. Ello, debido al deplorable estado en que quedó su mutilado cuerpo entre los escombros de aquel terrible incendio.
Luego de conducir por algunos minutos, recordé que alguien me había mencionado que don Mario se había cambiado de domicilio hace ya algún tiempo desde esos lindos barrios de Independencia, por lo que pregunté por su nueva dirección: -“…Y dígame Don Mario, ¿a dónde vive usted ahora…?”. Una mirada pícara se encendió en el rostro de don Mario, seguida de una contagiosa risotada que antecedía a su jocosa respuesta: -“…Sabe mijo lindo…no tengo idea a donde estoy viviendo….no me acuerdo…”. Respondía don Mario mientras yo, inapelablemente me contagiaba con su risa.
Debió ser hacia finales de la década de los cincuenta, cuando la siempre aguerrida, valiente, pero también muy revoltosa guardia nocturna de la Sexta, ubicada en el viejo Cuartel de Santo Domingo, junto a los tranquilos muchachos de la heroica y los de le cuatriéme, era dirigida en aquel entonces, por el joven Teniente Luis Mario Candia. Según dicen los de la época, la bohemia, junto a la disciplina y el rigor, eran las constantes por esos años. No había noche sin incendio, como tampoco noche sin alguna “novedad”.
Un día, ingresaba para integrar la guardia nocturna, un sencillo y discreto joven que con mucho sacrificio había adquirido el costoso uniforme de parada. El casco sexta, como ya es sabido, con sus aplicaciones en níquel, encarecían en demasía su valor. Es importante señalar además, que por esos años, la adquisición de uno de estos cascos era para toda la vida y de ahí el cariño a tan significativa prenda bomberil.
La noche previa a una importante formación del Cuerpo, el joven voluntario recientemente ingresado, la había pasado en pié hasta altas horas de la noche, puliendo los metales y sacando el mayor de los brillos, similar al acharolado, a su nuevo casco que con tanto sacrificio había adquirido.
A la mañana siguiente, cuando los guardianes se despertaban para uniformarse y luego partir a la formación del Cuerpo, un grito de horror se hacía sentir en el Cuartel de Santo Domingo. Era, que el casco del joven voluntario, en horas de la noche, había sido pintado completamente de blanco. Al mejor y más puro estilo de uso exclusivo del Comandante Luis Olivares, el casco en cuestión, aún con la pintura fresca, reposaba en el closet del voluntario sembrando su histeria y desazón por la pesada broma…todo, a sólo una hora de la formación.
No había ningún indicio del autor de tan pesada broma. No había testigos, ni siquiera alguna sospecha de su autor. Sin embargo, la agudeza y viveza del Teniente Mario Candia, lo llevó a observar una microscópica gota de pintura blanca, impregnada en las zapatillas de levantar de uno de los guardianes. De ese modo, el autor bromista, sorprendido por la agudeza del Teniente, no tuvo más remedio que reconocer su autoría y obsequiar su cascos de parada al pobre voluntario, no sin antes recibir una fuerte reprimenda del “fregado” Teniente Mario Candia.
Muchas historias y anécdotas se escribieron en esos lindos muros de la guardia sextina. Muchas otras, como la de mezclar agua oxigenada en el bote de gomina para fijar el cabello…en fin, don Mario sabe completa esa otra historia.
Casualmente, pasamos por una avenida que don Mario Candia reconoce y me pide siga adelante y doble en la siguiente esquina. Luego de titubear un poco, don Mario parece reconocer el sector y al fin de una rato, damos con su nuevo domicilio. Don Mario se baja de mi automóvil y no me permite, por ningún motivo ayudarlo. Su cuerpo parece cansado con los años. Quizás un poco más lento en su andar, más pensativo y de una mirada como si buscara algo. Sin embargo, ese entusiasmo que siempre lo ha caracterizado, se enciende inmediatamente cuando hablamos de la Sexta, sus incendios y su paso por la Guardia nocturna; como también cuando le pido me hable de esa vez cuando le pintaron de blanco un casco a un voluntario.
Alejandro Peñaloza Solar
Voluntario Sexta.