{jcomments on}Cuando hablábamos, tenía la curiosa costumbre de llevar su mano hacia el pómulo derecho y presionar con suavidad. Hernán, había sufrido en su juventud una grave afección nasal que lo tuvo muy complicado. Con los años, las secuelas de su enfermedad se habían presentado nuevamente. Presionar su pómulo por un instante le permitía respirar, aunque brevemente, un poco mejor y por cierto, continuar con sus relatos que tanto me agradaba escuchar.
Hernán Vaccaro Podestá, bellísima y encantadora persona, tenía la no usual condición de haber pertenecido a tres compañías del Cuerpo de Bomberos de Santiago. En todas, llegó a ser honorario y consta en cada una de ellas, una destacada hoja de servicios. Me comentó que sin duda, la muerte en actos del servicio de su amigo y compañero de bomba don René Carvallo, fue algo que hasta ese día lo afectaba. Recuerda además que, como buen voluntario de la primera, gustaba de usar calcetas color rojo, muy gruesas, en los fríos incendios de invierno. Sin duda extrañaba su viejo Cuartel Primera, estilo castillo feudal, como él lo describía, en calle San Antonio. Una vez, siendo Capitán de la Primera, de urgencia, fueron algunos voluntarios a buscarlo a su domicilio para que fuese a ver lo sucedido con el temporal de lluvia en el Cuartel. El agua, había inundado la fina lona que cubría el cielo del Salón de Sesiones. Se había repletado de agua transformando el techo en un gran globo que amenazaba con reventar en cualquier momento y trasformar el elegante Salón de Sesiones en una improvisada laguna.
Cómo para escribir un libro, don Hernán, tenía en su memoria todos los acontecimientos y anécdotas acontecidos cuando fundó la Decimotercera en Providencia, compañía a la cual también perteneció y llegó a ser su Director pero, es en la Sexta, su querida Sexta, en donde nos deteníamos para hablar horas y horas en su departamento de calle Suecia o bien, en su residencia posterior cerca de Manquehue Sur con Isabel la Católica.
Hernán Vaccaro, mi amigo Hernán como me permitía decirle, siendo aún muy joven, se incorporó a la Sexta en el año 1930. Recordaba que luego de los incendios, cuando secaba al sol su casco magirus de suela, éste se encogía mucho presionando su frente y causando gran molestia. Mandó entonces, a confeccionar una horma de madera y así logró evitar que se encogiera. Recuerda además, que en esos años la Sexta tenía el carro Mann, escrito con dos “enes” y que para dar partida al motor, se tenía que dar vuelta a una manivela ubicada en la nariz del carro. La dirección de ésta máquina, según lo dicho por él, era sólo para sextinos, debido a la titánica fuerza que se requería en el viraje. Describe el Cuartel de la Sexta de calle Santo Domingo como muy oscuro, casi tenebroso, y sin muchos lujos, sin embargo el calor humano y estilo bomberil desbordante en aquel lugar, eran sencillamente incomparables. Cuando se refería a él, siempre esbozaba una sonrisa.
Siendo ya un flamante voluntario de la Sexta, la primera comisión que se le encomendó, recuerda, fue la de ocupar el cargo de Sargento; rango en el que debía servir de nexo entre los señores Voluntarios y el personal de Auxiliares que, como sabemos, en esos años existía en el Cuerpo de Bomberos de Santiago. Pese a que el exceso de confianza entre un voluntario y un auxiliar no estaba permitido, y el no cumplimiento a ésta costumbre era causal de una fuerte sanción; don Hernán, de igual forma, me confiesa, mantenía un especial trato y estima hacia un viejo auxiliar sextino llamado Saulo, y de quién me ha sido imposible recordar su apellido.
Saulo, me contaba don Hernán, lo ayudaba muchas veces en el difícil trato hacia el personal de auxiliares como también, en la búsqueda de soluciones a situaciones complejas que para un joven veinteañero como él, no eran fáciles de resolver; ya que con frecuencia, debía tratar con auxiliares de mucha mayor edad y no menor experiencia de vida.
Por las tardes, los portones de la sala de máquinas en el Cuartel de Santo Domingo, se subían hasta la mitad. Eran portones de lata con pequeñas curvaturas que, con un solo “toque”, se subían hasta el techo. Aprovechando la panorámica, algunos auxiliares se acostaban de “guatita” bajo los carros, para de ese modo tener una mejor visión de las piernas de las mujeres que, en la mejor etapa de su juventud, pasaban por calle Santo Domingo en dirección al Templo del mismo nombre ubicado en la esquina con 21 de Mayo. Al ser sorprendidos por don Hernán u otro oficial, argumentaban estar revisando o reparando goteras de aceite del carro.
Mi amigo Hernán integró varios equipos de competencia, siendo el más recordado el del año 1934 en donde, sin necesidad de recurrir a registros, sabe dictarme con absoluta seguridad y exactitud el tiempo logrado en cancha: Tres minutos con diez segundos. Cero falta.
Mi amigo Hernán, partió hacia lo desconocido una triste noche de Septiembre del año 2004, dejando lindos recuerdos en su paso por tres compañías de ésta noble Institución. En su funeral, se me encomendó el honor de cargar su guerrera y casco; misión que desempeñé con especial cariño y respeto por el amigo que partía para siempre.
A.P.S.
Hernán en edad madura. En algún equipo de competencia.
Hernán Vaccaro al centro, junto a Juan Fleismann y Santiago Webb. Años 1933.