Compartía una grata conversación de lo bomberil y lo no tanto, con el más que distinguido e insigne voluntario don Jorge Guevara Trombert. Gran bombero y gran persona. Cercano a cumplir sus 50 años de servicio en esta noble Institución, ésta figura de más de un metro noventa de estatura, semblante europeo, barba canosa y muy cuidada, al mejor estilo del «Moisés» del italiano Miguel Ángel; me confiesa que, aunque le ha costado mucho, ha dejado de fumar pipa.
Gustoso de compartir y preparar ricas comidas con los jóvenes de la Guardia Nocturna, presumo, le agrada más conversar de antiguos incendios, anécdotas de la vida o, simplemente, de cómo perdió parte de su pié en un congelamiento cuando hacía su servicio militar en la Alta Montaña.
En una de esas gratas conversaciones, abusando de su siempre generosa amistad, y de la cual me siento más que honrado, le pedí me relatara algo sobre un incendio ocurrido en el centro de Santiago y en donde, según había escuchado cuando joven, él había tenido una especial participación. Guevara es muy discreto, y hasta tímido en hablar de ello. No es fácil obtener palabras de éste viejo roble Sextino.
El miércoles 8 de mayo de 1963, el Teniente Sergio Rojas registra en el libro de novedades la salida del Carro Tenderini a las calles Estado esquina de Merced. Al llegar al lugar, sin titubeos, dio la alarma inmediatamente. El fuego afectaba varios locales del Centro, entre ellos parte de la Casa Colorada y el bohemio Casino Santiago. Durante los primeros minutos, al personal se le informa que la cuidadora de Local se haya atrapada en el patio posterior del inmueble. Huyendo de las llamas, la mujer corrió al patio trasero encontrándose con el muro del edificio posterior al local siniestrado, quedando atrapada entre el fuego y dicho muro. Informado de ello, el Teniente Primero Sergio Rojas, junto a los voluntarios Enrique Artigas, Juan Nagel y Raúl Vega, presurosos suben al techo del inmueble para rescatar a la mujer que, según se observa en el acierto fotográfico de un reportero ubicado en los techos vecinos, la mujer, para evitar la alta temperatura, se cubría de tejas al fondo del patio del local. De un momento a otro, las llamas y el humo abrazaron el inmueble impidiendo el retorno de tres, de los cuatro voluntarios rescatistas, quedando atrapados junto a la mujer, Artígas, Vega y Nagel. Ya nada se podía hacer por la mujer y los voluntarios, siendo casi imposible hacer alguna maniobra de rescate. El veinteañero voluntario Jorge Guevara, en un acto de arrojo, sube por una escala para ingresar al interior del inmueble siniestrado en busca de sus compañeros. La acción, en el día de hoy, resulta calificada de irresponsable e imprudente por don Jorge, sin embargo, recalca, que lo volvería a hacer sin titubeos.
A la acción de Guevara, se suma el voluntario Williams Moore, quién a la postre, sería de suma ayuda para lograr con éxito el rescate. Guevara, fue capaz de sacar a la mujer y a sus compañeros, doblándole la mano al destino, en donde con toda certeza debió haber tres mártires más para la Sexta en aquel Incendio. Los sucesos, se registran en el libro de Guardia, algunos matutinos de la época y en la memoria de quienes participaron en aquel lejano incendio de 1963.
Analizar la vida es posible, sin embargo, comprender ciertos pasajes de ella, resulta sencillamente utópico. El carismático y alegre voluntario Enrique Artigas, años después, sufrió un accidente vascular, privándonos para siempre de su presencia. En tanto, el gran Sergio Rojas, y por razones que sencillamente no se pueden comprender, tomó la terrible decisión de acabar con su vida. Ambos voluntarios fueron capitanes de la Sexta y se recuerdan con profundo cariño.
Don Jorge guarda silencio unos minutos, observa por un instante su zapato, en donde tiene lesionado el pié y luego ríe. Saca su celular del bolsillo y revisa las llamadas pendientes. Pareciera como si esperara un llamado. Se coloca de pié y camina impaciente por el Hall del Cuartel apagando cuanta luz encuentra encendida. Curioso, observa quién se estaciona afuera del Cuartel, por Avenida Ejército y luego regresa al Hall. Se sienta, y contempla por un instante el Cuadro de Asistencias murmurando: «…Puchas…ya no salen incendios…»
A.P.S.
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