Voluntarios Destacados
Héctor Arancibia Laso
Distinguido masón, fue miembro destacado de la Respetable Logia “Justicia y Libertad” N° 5, en que viera la luz masónica en 1903, de la Gran Logia y del Supremo Consejo del Grado 33 para la República de Chile.
Sus funerales dieron lugar a una solemne manifestación de pesar en la que estuvieron presentes representaciones de todas las compañías bomberiles de Santiago, de cuyo Cuerpo fue Director Honorario; delegaciones de las distintas instituciones a las que perteneció; hermanos y amigos.
PALABRAS DE HOMENAJE
El siguiente es el texto de la intervención del Miembro de la Logia “Justicia y Libertad” N° 5, Exequiel González Madariaga:
“El reconocimiento a una vida ilustre, atesorada de capacidad y de esfuerzos, nos trae en peregrinación hasta este recinto. Del paso por la vida, común a todos, sólo importa el recuerdo de los hechos que quedan tras de si, en esa suprema esperanza por dejar la memoria de un hombre de bien. Se incorpora a ello la satisfacción de la conciencia y también la del deber cumplido. Es la consecuencia natural de la vida en comunidad, en ese conjugar de derechos y deberes.
Un filósofo griego observó que sus antepasados querían que los hombres que hubieran salido de esta vida se contaran en el número de los dioses, y un pensador, influyente en nuestra civilización occidental, anotaba que en presencia de la muerte ha sentido el hombre, por primera vez, la idea de lo sobrenatural y ha querido esperar más allí de lo que veía. La muerte fue, pues, el primer misterio y puso a los hombres en el camino de los demás misterios. Elevo su pensamiento de lo visible a lo invisible, de lo transitorio a lo eterno, si la acepción es permitida.
La naturaleza fue pródiga con Héctor Arancibia Laso, que le permitió madrugar por sobre diecisiete lustros. Por su parte pagó con extraordinario brío tal liberalidad, aprovechando que disfrutó de una mente clara hasta los últimos días de su existencia, horas en que encaró una lucha que podríamos llamar titánica por sobreponerse a lo que era más fuerte que él.
Pisaba apenas sobre la veintena cuando comenzó a ejercer la abogacía y a servir la cátedra de profesor en Derecho de Minas. Se desenvuelve luego en una nutrida actividad, que va de consejero en una parte y a director en otra, y más allí a ejecutivo de altas empresas. Darán fe de ello la Bolsa de Comercio de Santiago, la Compañía de Salitre de Chile, la Corporación de Ventas de este nitrato y del yodo, diversas empresas industriales, periodísticas y hasta reparticiones estatales, como la Dirección General de Correos y Telégrafos, de donde partió a servir la Embajada de Chile en México y, después, en Italia.
Pero donde se preciaba de haber mantenido contactos que satisfacían su innata actividad, era en el campo de las acciones sociales y deportivas, donde se contaron su trato con las ligas de estudiantes, con los grupos artesanales, que tanta influencia han tenido en el campo económico laboral y, en particular, con los cuerpos de bomberos, en los cuales por sus largos e ininterrumpidos servicios ha sido objeto de honrosas distinciones. Mencionar a la institución bomberil, en casos como este, en que ella está aquí presente con sus pendones enlutados, incita a subrayar que la organización chilena es un caso único en el mundo, porque movida solo por abnegación asiste a los particulares y, en ciertas ocasiones, a la comunidad, soportando siempre ingentes sacrificios, lo que vigoriza las virtudes cívicas con honra para la institución y con honra para el país. Héctor Arancibia Laso acostumbraba a salpicar sus charlas con expresiones emotivas de su actividad de bombero.
Pero un espíritu como el suyo, abierto a las acciones generosas, no podía dejar de participar en la acción política de la República. Se incorporó a ella a fines de la centuria pasada cuando las agrupaciones políticas consolidaban sus estatutos ciudadanos.
Fue Diputado, Senador y Ministro de Estado. Le cupo dirigir sonadas campañas presidenciales. Como la sagacidad fue su fiel compañera, en una entrevista de prensa que concedió no hace mucho, aludió a la agilidad mental del abanderado de la primera revolución social hecha en el país por medio de las urnas, que estuvo apoyado también por la juventud bullente como ahora se ve, para decir que era tal la agudeza del candidato que captaba al instante las ideas de sus interlocutores y como contaba con una memoria prodigiosa repetía más adelante palabras y frases completas con las opiniones ajenas que le interesaban. Por cierto, agregaba, con viveza poco común para su avanzada edad, que se le olvidaba pagar derecho de autor. Fue entonces cuando dijo que en hora oportuna había quemado su archivo político, pues no quería tentarse de escribir sus memorias, donde habría tenido que aparecer “lo grande y lo pequeño de los hombres”.
Con todo, arraiga en su espíritu una grande y noble devoción que lo acompañó hasta los últimos días, fiel al compromiso que contrajo desde que tuvo use de razón. Me refiero a su veneración por la Francmasonería, donde había bebido los principios que la Institución consagra a la defensa de la personalidad humana y a los derechos del ciudadano, en una cruzada que lleva centurias en resguardo de la libertad de los pueblos y de la tolerancia entre los hombres, bálsamo de quietud espiritual que ha deparado bienes incalculables a la humanidad. Ya constituye verdad que no necesita demostrarse que solo en las naciones donde hay respeto por estos preceptos de convivencia social puede funcionar una logia masónica, porque la opresión es su enconado enemigo. Y como consecuencia natural de tales orígenes filosóficos, la Orden impone a sus adeptos el respeto a las leyes del país, recomienda la práctica de la justicia y el amor a nuestros semejantes, fundamentos sobre los cuales descansa la emancipación progresiva y pacífica de los pueblos. Héctor Arancibia Laso practicó con fidelidad las doctrinas de la Francmasonería Universal, las mantuvo en respeto y se empeñó porque ellas fueran respetadas.
En nombre de la Logia “Justicia y Libertad” N° 5, donde a comienzos de este siglo, en Octubre de 1903, fue iniciado; en nombre de la Gran Logia de Chile y del Supremo Consejo de los Soberanos Grandes Inspectores Generales del Grado 33, poderes que gobiernan en la Republica la Masonería Simbólica y la Masonería Capitular, rindo homenaje a la memoria del Ilustre Hermano Héctor Arancibia Laso. Que los errores que como ser humano haya podido cometer, empalidezcan ante los grandes méritos que le adornaron para que ellos sirvan de ejemplo a los que continuamos por los caminos que le fueron habituales.